Yo soy un pro-inmigrante. Creo en el derecho de toda persona de vivir donde quiera en este ancho mundo, de poder cambiarse, recorrer, si esos son sus deseos: esa libertad personal para mí en inviolable, y esa riqueza entre el contacto de dos o más culturas culturas necesario. Pero también pienso en el orden, en el procedimiento racional, en la capacidad del hombre integral de poder preveer y anteponerse a la consecuencias negativas de acciones y decisiones para mitigarlas o en el mejor de los caso evitarlas trazando planes, sistemas y estrategias. Cuando esto no ocurre (o cuando algo falla), y los perniciosos efectos se asoman y pasan, hay que enfrentarlos, no deseando que desaparezcan como si nunca hubiesen ocurrido, sino partiendo por reconocerlos como propios (algo se podría haber hecho o pensando antes) e invitándolos a ser parte de una nueva solución con el esfuerzo de por medio como parte de la redención.
La autoridad siempre puede poner nuevas reglas que no necesariamente expulsen, estigmaticen y repriman, pero sí que disciernan sobre qué personas tienen intenciones de ser buenos ciudadanos y quienes merecen sanción debido a sus delictivas intenciones o su mal comportamiento. Una persona extranjera no se debe juzgar por lo mucho que representa a su cultura sino por el respeto y el acatamiento, y por qué la adoración, de la cultura a la que ha elegido vivir.