Amigos, me embarga la pena.
Hoy me siento especialmente desesperanzado por el futuro de nuestra sociedad. Siento que la ira y la violencia se han coronado por sobre la cordura y la comprensión. Siento que el respeto fundamental por el otro se ha visto comprometido, que las polaridades políticas han embriagado a la sociedad relativizando los límites que delimitan a la moralina de la moralidad, al libertinaje de la libertad, a la posverdad de la empatía.
No me malinterpreten, pues mi pena también se debe al peso de las injusticias que nos ha tocado vivir históricamente como sociedad, las que nuestros gobernantes han sido incapaces de comprender, y quienes habiendo sido sordos por tan prolongado tiempo hoy enmudecen o tartamudean tratando de enmendar.
Siento tristeza también por las injusticias de las que he sido testigo en los últimos días, en que las voces más potentes han logrado imponer la sensación de asimetría entre quienes justifican cualquier medio para el (siempre desdibujado) fin, quienes no están dispuestos a traspasar los espacios ajenos por la lucha social y quienes tienen el deber de defender, con justa razón, las libertades individuales, los espacios públicos y al general de la población.
Hoy, amigos míos, como nunca antes siento pena e impotencia, pues mi anhelo por la toma de razón hacia la paz, mis ganas de participar activamente en la generación de soluciones prácticas mediante el uso de la experiencia, la ciencia y la racionalidad ya no es válida. Siento que me he perdido irremediablemente en la locura temporal, que tal vez, en algún momento, he sufrido un daño irreversible que me ha hecho perder la razón y analizar todo desde la demencia. Siento así, y deseo en lo más profundo de mi alma que sea esta mi realidad, pues sino significa entonces que la razón no tiene peso, cabida ni relevancia, que la razón ya no es herramienta vigente, que mi problema no son mis ideas ni mi lógica, sino la carencia de destinatario que reciba, de manera comprensiva y reflexiva, mis propuestas, concebidas en los breves destellos de realidad que logro racionalizar.
Mi impotencia, solo asimilable a la sensación de una madre dispuesta a ser ultrajada para salvaguardar la vida de sus hijos, me estremece en lo más profundo, pues siento que la única solución, el único medio que tengo para retornar a la cordura, a la comprensión y a la paz es el defender ideas que no creo, ni comparto, ni comprendo (sin culpa de no haberlo intentado)... Ideas que parecen ser la única solución y que, de ser la única solución, hoy, por primera vez, me parecen ideas válidas.
Si una Asamblea Constituyente y la libertad de retirar fondos de pensiones libremente son la única forma de calmar al país, pues que así sea.
Con eso ya todo está arreglado, todo alcanza la perfección, se termina la lucha. Me he vencido a mí mismo definitivamente. Amo al movimiento social.