oye pero deja de venderhumo
tu que eres de campo (supongo), nunca habias oido de eso? de la gente vieja...
Porque a pesar que nuestros ojos todo lo ven en el suelo, lo que en realidad ocurre es que todo apunta a subir. Y esto es justamente lo que desde el fondo del tiempo, desde el fecundo útero del mito arcaico, saben los viejos kimche (sabios) del Pueblo Mapuche y que nos vienen repitiendo: es el mito mapuche de Kay-Kay y Treng-Treng. En substancia este mito afirma que en estas tierras habrá una lucha eterna entre la serpiente de lo marítimo-bajo-húmedo (Kay-Kay) contra la serpiente de lo terrestre-alto-solar (Treng-Treng). El mito afirma que cíclicamente la serpiente de las aguas intentarán anegar los montes sagrados para obligar a sus habitantes a evolucionar y subir hacia las cimas secas, empujándolos a que habiten donde les corresponden: muy cerca “de los dominios del sol”. Pero estos lugares altos, para contrarrestar el apetito de destrucción de la serpiente de las aguas, subirán más aún, estirándose unas puntas de tierra y roca hacia arriba, nunca dejándose atrapar totalmente, salvando así a un puñado de humanos despiertos. De lo contrario, Kay-Kay transformará a la mayoría de la masa indolente y poco vigilada de la costa en peces y oscuros animales marinos, tal como lo registrara la primera versión del mito que corresponde al cronista jesuita Diego de Rosales, hacia fines del 1500. Vale decir, según este mito, el precio de no subir es la involución, la degradación de la humanidad. Conviene apuntar a aquí que en la zona de Arauco y en la región de la Araucanía hay unos cuantos cerros sagrados que llevan el nombre de Treng-Treng, sitios de profunda significación sagrada para las actuales comunidades mapuches.
Este fenómeno de la lucha cíclica de ambas serpientes, según el texto oral del mito, ya se ha repetido en otras épocas remotas, donde solo uso muy pocos elegidos, subieron a las cumbres. El mito les previno que lo hicieran ligeros de equipaje, en pareja, de a cuatro, dos parejas de jóvenes (fuerza) y dos parejas de ancianos (sabiduría), la simbólica representación de las “cuatro personas divinas de la Füta Newen, la Gran Energía”, es decir, la Tetralogía sagrada, el Ser Supremo mapuche. El único utensilio tecnológico prescrito para el viaje ascendente es una vasija de madera, con la expresa indicación de llevarla “como olla” sobre sus cabezas, en la posición utilitaria, es decir, no de casco o “de sombrero”, como lo indicaría una lógica de emergencia.
Y esto para dos fines: para protegerse del fuego y de la luz excesiva que podría abrasarlos a causa de su inaudita cercanía y, sobretodo, abierta hacia los dones de Arriba, hacia lo Infinito, dispuesto a recoger las gracias e iluminaciones del infinito abismo de Arriba, el Wenumapu (literalmente: “la Tierra de Arriba” de donde viene la chispa de nuestro pëllu, el espíritu personal). Tal sería la razón de mantener dichas vasijas como receptáculo: cambiar el esquema de los frutos de la tierra y de las aguas y ahora acompañarlos de una nueva “dieta”: los rayos del sol y de los mensajes de las estrellas. Porque vivir será ahora, -luego de la gran Crisis del maremoto- un alimentarse con las comunicaciones del Cielo.
A esta altura, y aparte de revelarnos un par de trascendentes motivos del sentido de la vida humana (la evolución hacia la Luz de lo Alto) y el por qué venimos a existir como humanos en esta terraza o inestable balcón de tierra volcánica llamada “Chile”, el mito mapuche nos revela el sentido de un desastre, la razón secreta de la catástrofe. Cada vez que ocurra un terremoto o maremoto en la tierra es una clase magistral de la pedagogía divina reeditada. Viene y se produce ( ¿o se “nos envía”?) para reordenar una falsa existencia que ya no tenía casi nada de humana y que corría el gran peligro de traicionar su esencia, tornarse en fuerza ciega e involutiva, en alimento para que lo humano sea digerido por los jugos gástricos de los intestinos marinos de Kay-Kay. Dicho sea de paso, en el quechua antiguo del Perú (idioma del cual el mapudungun -la “lengua de la tierra” mapuche- exhibe muchos préstamos) Kay significa nada menos que “Dios”. Así, todo terremoto o tsunami (su ancestral aliado) viene para remediar un olvido ontológico, viene como un justiciero divino cuya misión es sacudirnos y lavarnos de la falsa identidad con que identificamos lo medular de la vida, el apego a los “placeres de la terraza playera”.
El Dios Kay-Kay, así, reduplicado como una ola que se renueva, viene más bien a arrastrar a su lecho marino lo que le es suyo, lo que ya le está perteneciendo; es decir su mafin, su “pago”, su cuota de hombres que no “califican” o no suben la montaña evolutiva del Treng-Treng, los que se animalizaron. Porque solo este sacudón, esa imprevista violencia telúrica para hacer caer los espejismos (¿a quién en Chile alguna vez no se le ha quebrado un espejo?) y una vez despojados de las mentirosas falsas prioridades, puede hacernos marchar hacia los cerros sagrados del Tren-Treng, símbolo del Wenumapu, “la Tierra de Arriba”.