Breaking Bad se consagra en el Olimpo
Tras cerrar su cuarta temporada con un capítulo memorable -¡otro más!-, se puede afirmar que
Breaking Bad (AMC y Paramount Comedy) ya está, por derecho propio, entre las series más grandes de la historia de la televisión. Globalmente no ha superado la perfección lograda por su tercera entrega -la mejor que este escriba haya visto-, puesto que este año ha habido cierto relleno y un par de detalles de guión discutibles. Ahora bien: en sus mejores pasajes, la cuarta temporada ha alcanzado picos de excelencia y complejidad al alcance de muy pocos.
(A partir de aquí, espoilers de toda la cuarta temporada)
Hay tanta tela que cortar que empezaré por lo que menos me ha gustado, las migajas que dejan esta temporada unas décimas por detrás de la anterior. Las tres primeras pegas son menudencias; las dos últimas, cuestiones de más calado:
- En una propuesta tan exquisita visualmente, me chirrió el maquillaje de Gus en su viaje al pasado.
- Los creadores han abusado de un efecto visual que, a la enésima, resulta banal: la condensación de imágenes aceleradas para mostrar en unos pocos segundos el paso de la noche al día o viceversa. Cansino.
- El “caso Beneke” a mí sí me gustó. Una forma más de tensar la cuerda y poner a prueba las dotes “criminales” de la nueva femme fatale de la cinta, Mrs. White. Breaking Bad, como antes The Shield, es una serie a la que le gusta hacer funambulismo con varias pelotas a la vez. Me parecía lógico que a Skyler le crecieran los enanos, máxime cuando ella no ha alcanzado las cotas amorales de su marido. Lo que se atraganta es la facilidad para matarse con la propia alfombra. Por mucho que los guionistas lo avisarán al inicio del capítulo (Beneke se tropieza antes de comenzar su chantaje a Skyler), no deja de ser una muerte absurda, con demasiado floripondio… en un show donde la muerte siempre viaja desnuda. No encaja.
- Durante los seis o siete primeros capítulos, la serie gasta demasiada guarnición. Breaking Bad no es, desde luego, frenética. Al contrario: le gustan los silencios y esas horquillas de contemplación. Sólo pisa el acelerador cuando debe. Por eso, le gusta tomarse su tiempo para profundizar en la psicología de los personajes o ir sembrando cuidadosamente las minas que explotarán -ésa es la palabra exacta- más tarde en el relato. A diferencia de la tercera, ha habido tramitas que estiraban el relato porque sí: el regreso cleptómano de Marie o la senda fiestera de Jesse. Son dos ejemplos de comportamientos justificados que, sin embargo, se tragan demasiado metraje. Con éstos y otros, la sensación es que el caudal narrativo de la temporada habría funcionado mejor con diez capítulos en lugar de trece.
- El episodio 4.12 me pareció un chasco… a primera vista. Como explica Zoller Seitz, una serie consistente, que no da puntadas sin hilo, se enredaba en un ovillo de acusaciones caídas del cielo, con Jesse y el cigarro de ricino. Pensé: como los tenistas, el vértigo de la copa cuando tienes un match-point y te empeñas en enrevesar un partido ya ganado. Aún tengo mis reservas con respecto a esa conversación (visualmente brillante, por otro lado, con Walter poniéndose la pistola en la frente y gritándole a Jesse que dispare), pero no cabe duda de que el deslumbrante cierre me hace mirarla con otros ojos. Volveremos a esto más adelante.
Son objeciones, algunas menores, que no tuve en la redondísima temporada anterior. Sin embargo, hay un punto donde esta cuarta entrega supera a cualquiera de las anteriores: es un relato cerrado. Puñeteramente bien clausurado. Ante la incertidumbre de saber si habría quinta temporada, Gilligan y su equipo se tomaron muy en serio el concepto de temporada: un argumento que debe funcionar de manera autonóma aunque ande subordinado a una historia global. Si la tercera dejaba un gigantesco cliffhanger en torno a la suerte de nuestros antihéroes, esta cuarta ha estampado un punto y aparte. La quinta volverá con un “meses más tarde”, en lugar del “inmediatamente después” con el que comenzamos este año.
Eso no quiere decir que la trama haya masticado todo. Sencillamente: hay pequeños agujeros de guión que han quedado fuera de campo por el punto de vista escogido; sin duda, se les echará cemento en los flashbacks de dentro de doce meses. No será un recurso que chirríe, es marca de la casa. Ahí tendremos la información que nos falta sobre cómo Walt envenenó a Brock, el papel de Saul en todo el timo e, incluso, más dinamita sobre el modus operandi de Mr. White. ¿O deberíamos decir de Heisenberg?
Desde que se caló el sombrero, es evidente la transformación de Mr. White en Heisenberg o, como dice su creador en el New York Times, de “Mr. Chips en Scarface“. De acuerdo. Obvio. Pero esta cuarta temporada ha aplicado una vuelta de tuerca a esa dualidad, recordando por qué
Breaking Bad es la serie más moral que hay ahora mismo en pantalla (para los alérgicos a la palabra “moral”: la utilizo en el sentido de que es una serie que constantemente nos hace interrogarnos, en gris marengo, sobre la bondad o maldad de las acciones de sus protagonistas). Analicemos la evolución de Walter White este año.
Tras haber cruzado la raya con el asesinato de Gale -a manos de Jesse, no lo olvidemos-, Walter oscila entre lo orgulloso y lo asustadizo; más aún tras la carnicería que sirve de aviso para navegantes en el primer capítulo, uno de los momentos más turbadores del malvado creado por Giancarlo Esposito.
El orgullo -verdadero motor de su acción- le lleva a levantar la liebre de un caso que estaba en vía muerta, insuflando vida de paso a un deprimido y obsesionado Hank; ese mismo engreimiento le hace recitar este ya clásico monólogo del episodio 4.6.: “No estoy en peligro, Skyler. ¡¡Yo soy el peligro!! Un tipo abre la puerta y le disparan. ¿Piensas que soy yo? NO. ¡Yo soy el que llama a la puerta!”
http://www.youtube.com/watch?v=wMEq1mGpP5A
Ese alto concepto de sí mismo también le hace perder a su mejor amigo y aliado, Jesse. Y cunde la espesura pegajosa del miedo. El mismo miedo que le hace intentar una alianza fallida con el gran Mike (un tipo aún misterioso en sus lealtades); un pánico que, sobre todo, le obliga a buscar una salida de emergencia cuando Gus amenaza con borrar del mapa a toda su familia en el magnífico 4.11. ¡Vaya final de capítulo! De esos que hacen que te falte el aire aunando la emoción, el simbolismo visual y la sorpresa narrativa.
Ese equilibrio entre miedo y orgullo, es decir, entre Mr. White y Heisenberg, ha sido el verdadero leitmotiv de la temporada. Durante muchos capítulos, me decanté por ubicar a Jesse como nuevo centro del relato, encontrando en él una batalla subsidiaria entre Walter y Gus. Por contra, el engaño final resituó todo en chez White. El dolorido speech de Walter a su hijo en “Salud” (4.10.) y, sobre todo, el patético final de “Crawl Space” (4.11.) no eran una victoria del miedo, sino gasolina para encender de nuevo el orgullo. Por eso, el llanto de Walter White desde la “tumba” se convierte en la risa diabólica de Heisenberg. Los atisbos de humanidad del personaje quedan ahí enterrados; la maquinación de la venganza nace de ese muerto en vida.
http://www.youtube.com/watch?v=cWfK5JyD2bA
La serie enfila, entonces, una vereda oscurísima, tan negra que solo somos capaces de verla en toda su plenitud en la imagen última, ese plano que, en lugar de una planta, nos revela lo más siniestro del alma humana. Desde esa atalaya, el discursito de Walter sobre las consecuencias se antoja una farsa:
Skyler: No, tiene que haber otro modo.
Walt: No lo hay. Lo había, pero ya no lo hay (…). He vivido desde hace un año bajo la amenaza de muerte. Y por esa razón he tomado ciertas decisiones. Yo solo debo sufrir las consecuencias de esas decisiones. Nadie más. Y esas consecuencias se acercan. No prolonguemos más lo inevitable (4.12.)
Bullshit! Hay solo una verdad y media en esa parlamento de Walter: quedaba una última escapatoria, cierto, que se ha esfumado con el dinero a Beneke, y las consecuencias se acercan, sí, ¡pero provocadas y orquestadas por él mismo! Walter cierra el círculo para convertirse en Heisenberg definitivamente: había matado en defensa propia, había negado auxilio a una drogadicta, había atropellado asesinos y, ay, había mandado asesinar a Gale, que, aunque fuera un pardillo, no estaba precisamente en un negocio cristalino. Vale.
El mal funciona mejor cuando uno se ha liberado del fardo de la conciencia. A Walter le quedaban líneas rojas por traspasar. A Heisenberg ya no. Bueno sí: disfrazarse de Saturno y devorar a sus propios hijos. Star Wars y El Padrino ya han merodeado con éxito por esas llanuras. ¿Qué tal sacrificar a Walter Jr. en próximas ediciones? Umm, no vendamos la piel del oso. De momento, en el golpe maestro que diseña en los dos últimos capítulos, nuestro “héroe” juguetea con la vida de un niño que se queda a un suspiro de palmarla. ¡Un inocente puro! Y, para anticipar el shock, los guionistas refuerzan el maquiavélico pragmatismo de la intoxicación de Brock con una secuencia espeluznante en su frialdad: Walter mandando a su adorable vecina (la madre de Vince Gilligan, por cierto) en labor de zapa. Guau.
Y, aun así, el greatest hit de los guionistas es lograr que aún sintamos afecto por un tipejo así. ¿Cómo? Por un lado, siempre está la excusa de los niños. Verle despedirse amorosamente de su pequeña hija, haber asistido a su descenso a los infiernos con la confesión a Walter Jr., saber que su cuerpo es una bomba de relojería que en cualquier momento hará crack… y algo más, siempre hay un gambito agazapado: esa fascinación que cualquier espectador siente por la astucia, por el personaje sagaz. El ingenio te gana para la causa sí o sí. Batir a Gus Fring en un pérfido y mortífero juego de ajedrez, estando en minoría y con el juez de silla en contra, oh amigo, eso derrite cualquier resistencia moral. Genera empatía porque todos anhelamos secretamente ser un poquito Walter White y patear el culo a los gángsters de cuello blanco.
Esos detalles de guión, tan cuidados en Breaking Bad, son los que colocan esta serie a la altura de las más grandes. El timo funciona porque se ha anclado tanto en la psicología del personaje -regida por un orgullo a la altura de su inteligencia- como en la mucha información que, en un segundo visionado, lo confirma. Esto no es como el avión caído del cielo de la segunda temporada, aquel borrón. No. Aquí las cartas están marcadas, por supuesto, pero accesibles para quienes tengan mirada de tahúr. Así, revisitando el discutible 4.12. (“End Times“) a la luz del final de temporada, hay varios momentos que reclaman marcha atrás y retrovisor:
- Lo llega a decir el propio Jesse en su enfrentamiento con Walter. Pero es que ¡lo habíamos visto! Huell, la montaña que ejerce de guardaespaldas de Saul, le quita el paquete de tabaco a Jesse. Eso explica, también, que el ínclito abogado tuviera tanto interés (hasta siete mensajes de voz) en que Jesse fuera a verle a su oficina. Aquí explican todo con fragmento audiovisual incluido. Es decir, alguien había escrito en el guión: “Huell se introduce algo discretamente en el bolsillo”. Brillante.
- Por muy sorprendente que parezca el último plano de la tóxica Lily of the Valley, las pistas ya nos las habían presentado. Tras mandar a su familia a casa de Hank, un lugar sin duda seguro, Walter coquetea con la pistola en la mesa del jardín. Por dos veces la hace girar. En ambas, acaba apuntándole a él. A la tercera, la cámara se mueve en ligero travelling y nos muestra que el arma apunta a una maceta de flores blancas. Brillante.
- La controvertida reacción de Gus al final del capítulo también cobra sentido un episodio después. Le huele raro la insistencia de Jesse en que él tenga que pedirle expresamente que vuelva a trabajar. Y, sobre todo, su sentido del riesgo se enciende con lo extraño de un “envenenamiento” que él, como sabemos después, ni ordenó ni conocía. Brillante.
Breaking Bad no es admirable solo por su dimensión moral, la solidez de sus personajes o los giros de su enrevesada intriga, aceitada hasta en cualquier minúsculo engranaje. En su haber también hay que sumar dos elementos capitales: los actores y su imaginería visual.
A estas alturas poco se puede añadir sobre la intensidad de Bryan Cranston y Aaron Paul o sobre la capacidad obsesiva de Dean Norris (Hank) y la fallida conversión en abeja reina de Anna Gunn (Skyler). La novedad son los registros de Giancarlo Esposito (Gus), capaz de dejar entrever rabia en un ascensor tras ser interrogado por la DEA y fingir normalidad en medio de la tormenta (otro momentazo este “¡hágalo, hágalo!” para despistar al sabueso Hank). Pero también está la faceta paternal de Jonathan Banks (Mike) o, por qué no, la gestualidad parapléjica de un Mark Margolis (Tio Salamanca).
Para la riqueza visual de una propuesta tan salvaje como ésta, basta recordar un puñado de momentos inolvidables. En cada capítulo sorprenden dos o tres estoques que te pican el corazón y te rascan el alma. Rescato éstos que quedan, literalmente, esculpidos a sangre y fuego.
- La preparación y posterior sacrificio de Víctor a manos de Gus Fring (4.1.)
- El cold open donde Mike, vestido de esquimal, se enfrenta a un puñado de matones en un camión. Ah, el detallito de la oreja y su mueca de hastío (4.4.)
- Gus desafiando los disparos de un francotirador, en plan Terminator (4.9.)
- La cara de Walter estampada contra una mesita de salón, en la bíblica pelea con Jesse (4.9.)
- El envenenamiento y posterior tiroteo de todos los capos del cartel en Mexico (4.10.)
- El larguísimo plano general donde las nubes acompañan la sentencia de muerte que Gus extiende a toda la familia White (4.11.)
Y, de propina, cuatro bofetadas y una caricia del último episodio, tan cowboy:
- La caricia: esa viejecita que saluda a Walter mientras se esconde en la repisa.
- Las divertidas escenas, sin concesiones a la elipsis, donde Tio Salamanca “dicta” sus insultos a la DEA.
- Tyrus y Gus acudiendo a su duelo con Salamanca, escoltados por esta melodía de Apparat, estilo Deadwood.
- El feroz travelling que se acerca a Gus Fring arreglándose la corbata… para verlo convertido en Harvey Dent (o, ya puestos, en cameo anticipatorio para The Walking Dead).
- A ritmo de guitarra española, las caras y los andares trinufantes de Walter y Jesse tras dejar el laboratorio ardiendo.
¿Qué queda ahora? La persiana se ha cerrado y Gus ha muerto, aunque Jesse -la vieja brújula moral del relato- muestre dudas éticas al respecto. Ésos son, precisamente, los frentes más preocupantes para Walter: los domésticos. Porque los de fuera aún quedan brumosos: Mike puede ser tanto moro como cristiano, y la amenaza de los nuevos cárteles, aunque se reproduzcan como una hidra, permanece aún difusa. No olvidemos, además, que no podían matar a Gus por una extraña razón que tenía que ver, en parte, con su pasado chileno. ¿Heredará Heisenberg este escudo?
Más seguros son los tiros en el ámbito de la DEA. Como en la imperecedera Perdición, Hank no puede oler este crimen porque lo tiene demasiado cerca… Pero tarde o temprano el hedor hará que Hank descubra a su cuñado e inicie una caza desquiciada. ¿De qué lado se pondrán Skyler y, sobre todo, Walter Jr.? Asimismo, la relación entre Jesse y Walter se ha calmado en falso, claro. Aún restan por jugar cartas muy siniestras, como la del envenenamiento de Brock o la angustiosa muerte de Jane.
Y también queda el cáncer, ese hijoputa.
Esto acabará muy mal. Lo anticipa la melancólica canción con la que se ha despedido
Breaking Bad, no por casualidad titulada “Black“. Walter, no querría estar en tus zapatos:
Hasta que viajes a ese lugar no podrás volver
donde la última pintura ya no está y todo lo que queda es negro.
En noches grises viene a mí y
algún día castigarán mis hazañas y averiguarán
todos los crímenes.
Mirando hacia esas estrellas en el cielo, aquellas nubes blancas se han vuelto negras.
Fuente