"No podría decir que volver a verlo me sorprendió.Su rostro estaba
un poco transformado, pero su timbre y su tono perentorio seguían
siendo los mismos.Desde el televisor me llegaba su voz polemizando con
todo lo que se ponía por delante, mientras el ordenador de pantalla
iba informando las letras de su nombre: MARCEL CLAUDE. FUNDACIÓN
TERRAM.
Hacía casi treinta años que habíamos egresado del liceo en que
estudiamos juntos. No habíamos podido ser grandes amigos a pesar de
estar en el mismo curso: transitábamos veredas políticas opuestas; él
era Demócrata Cristiano; yo defendía el gobierno de la Unidad Popular.
Habíamos discutido intensamente, así era la época, pero también
habíamos aprendido intensamente. El golpe militar vino a interrumpirlo
todo.
Escuchándolo en la televisión aquella vez, recordé el fragor
político de antaño, pero también reviví un episodio que nunca había
olvidado: fue durante el último año de colegio; un confuso incidente
entre estudiantes del curso nuestro con alumnos de otro cuarto medio
que terminó con los compañeros nuestros expulsados.Entonces, la furia
colectiva se subió por las paredes; la sangre adolescente clamó
venganza y heroismo, y en ese ambiente de hostilidad y ruido, Marcel,
y solo él, declaró que en razón de sus principios humanitarios y
cristianos, no estaba dispuesto a negarle su amistad a ninguna persona
si la oportunidad se daba.
Yo, desde mi banco, me sumé al rechazo
condenatorio, pero en mi zona más íntima y desnuda, admiré en silencio
su integridad y coraje en la defensa de principios; a pesar de la
tormenta en contra.
Mientras lo escuchaba en aquel programa de TV,entendí que ahora se
venía una decisión urgente: o me estacionaba en el cálido rencor de
las antiguas rivalidades partidistas, o celebraba y compartía la
luminosa evolución de su posición política.Tomé mi decisión.Me recibió
en la que entonces era su oficina.
No perdimos ni un minuto haciendo halago del pasado; la tarea más
urgente se venía hacia el futuro. Hoy no me sorprende que sea él quien
amplifique los ecos de aquel sueño que se nos quedó inconcluso. La
causa justa está en las manos justas; el resto, cada uno debe tomar su
propia decisión. Como escribió Mario Benedetti: " Cada cual en su
faena porque en esto no hay suplentes".
Un gran abrazo para los que están y el recuerdo siempre vivo para
los que ya no están.
Claudio Fajardo Faúndez.
Profesor de Historia y Geografía.
Universidad de Chile.