La velocidad de disparo de un pene normal no está ni cerca de esto. Es más, tal capacidad anatómica excede la composición química del pene. No quise exagrar cuando dije que mi pene había explotado, pero tampoco fui preciso. El daño había sido hecho en un testículo que el matasanos había pasado a llevar con sus esfínteres.
No había sido anestesiado, pero, de tanto daño, ya no sentía nada.
Se me realizó entonces una curación que duró más de 2 horas. El enfermero que me atendió, de nombre Carlos, resultó ser un hombre muy amable. Yo tenía entonces 17 años, y el enfermero (gay, por cierto) debe haber tenido unos 26. Todas las enfermeras aquí me tienen envidia, hablan mal de mí. Me gustaría que más personas me vieran. Yo llego y los pasillos empiezan a hablar. Porque me tienen ganas y no soportan la idea de que sea gay. Soy musculoso y soy moreno. El enfermero tiene que ser fuerte, y yo me cuido. También practico Judo. Este es mi pololo. Él me cuida. En su Smartphone (uno de los primeros de la época, con antena incluso) se veía una fotografía donde estaba, sin duda y también sin pantalones, Carlos junto a otro hombre también en bikini, que después supe se llamaba Roberto y que también era gay. Vino a verme ayer. ¿Quién? Roberto. Se va a casar este fin de semana, y ayer vino a verme. No se aguantó. Se metió a mi pieza. Tu sabes, Matías, que yo vivo con mi padre. Mi padre es un hombre esforzado... él es panedero. Pero lo lleva con mucha honra el asunto, ya técnicamente tiene una empresa, no una pyme, pero sí es una empresa está haciendo todo el tema de la iniciación de actividades y todo eso, en fin, llega el Roberto, a menos de 1 semana de casarse, llega en la noche, se sube por la reja de la panadería y entra por la ventana de mi pieza. Weón me dijo que no podía olvidarme, que lo único que pensaba era en mí y que no podía ser, porque el se iba a casar con su pareja, yo por mi parte tengo un hijo, y ahora el weón estaba metido en mi pieza, ¿cachai? Sí hubo sexo, lógico que hubo sexo, pero siempre con una distancia. Él antes de irse se sentó al borde de mi cama, me empezó a tocar las canillas y me preguntó si podíamos seguir viéndonos. Yo levanté mi pierna hasta su cara y le metí el pulgar de mi pie izquierdo en su boca. Cállate, le dije. Cállate, Roberto.
Y así se fueron las 2 horas de la curación, procedimiento tras el cual mis testículos apenas existían. Carlos me invitaba para ese fin de semana salir con Roberto, que llevara yo a mis amigos también y salíamos. Le contesté que con gusto, pero tenía unos trámites que hacer y por lo tanto tendríamos que dejarlo para otra oportunidad.
Estuve en 4 sesiones de curación en total, que se extendieron por 4 semanas, 4 semanas en las que yo, amigos, podía orinar, pero con un olor fétido que fue creciendo más y más. Al punto que a la semana 5 después de la explosión en el Delta, decidí cambiar de médico e ir a una clínica privada. El procedimiento me costó 1 millón de pesos. 1 millón de pesos que pagué para que me extrajeran mi testículo izquierdo, solucionando así el problema y dejándome a mí como un medio eunuco, un punto perdido entre el Toro y el Buey: un Torobayo. El doctor ni siquiera me dio la mano al terminar la operación, también era gay y me reprochaba haber perdido mis testículos que, según él, eran de primera.